Siempre se ha pensado que los seres humanos son los depredadores más peligrosos que existen sobre la faz de la Tierra. De ahí la cantidad de animales que están en peligro de extinción en nuestros días, como los tigres de dientes de sable, el lince ibérico, el leopardo de las nieves, el oso panda, entre otros muchos otros.

Pero el virus SARS-CoV-2 ha puesto de manifiesto que los seres humanos también pueden ser el objetivo de estos microorganismos, y tener el destino de una simple presa de la naturaleza. Los virus han causado toda una letanía de pandemias, sobre todo en la edad moderna, desde el Covid-19 hasta el VIH/SIDA, y el brote de la gripe española en los años 1918–20 (que terminó con muchas más personas que la Primera Guerra Mundial). Con anterioridad, el fenómeno de la colonización de las Américas por los europeos llevó consigo (de forma involuntaria, por supuesto) la expansión de la epidemia de la viruela, el sarampión y la gripe en aquellas tierras, que terminó con gran parte de la población autóctona americana.
Los virus son extraordinariamente variados y ubicuos en la naturaleza.
La influencia de los virus en la vida y en la naturaleza es bastante amplia, y va mucho más allá de las tragedias pasadas y presentes a que me he referido anteriormente. Los virus son extraordinariamente variados y ubicuos en la naturaleza, dando forma a las diferentes estrategias naturales de evolución de los organismos a lo largo de la vida, que dan razón a las teorías de la selección natural en su forma más dramática. De hecho, los virus también presentan una mezcla embriagadora de amenaza y oportunidad para el ser humano a lo largo de su existencia.

A pesar de lo anterior, es mucho menos doloroso pensar en los virus como paquetes de material genético que colonizan el metabolismo de otro organismo para poder reproducirse. Son, en verdad, auténticos parásitos: toman todo lo que necesitan del anfitrión, excepto el código genético que transportan, reduciendo su vida al transporte de esa información y a su reproducción. El éxito de un virus se encuentra en su capacidad de expansión, una vez parasitado el organismo anfitrión.
Un simple análisis de agua de mar puede llegar a encontrar cerca de 200.000 especiales virales diferentes sin mucha dificultad.
El mundo, seamos sinceros, está repleto de virus. El virus SARS-Cov-2 es solo uno más, a pesar de la exagerada importancia que se le está dando desde las instituciones y medios de comunicación (estrategia que, lógicamente, obedece a otro tipo de intereses no muy higiénicos a los que no se extenderá este artículo). Un simple análisis de agua de mar puede llegar a encontrar cerca de 200.000 especiales virales diferentes sin mucha dificultad, lo que permite hacernos una idea. Se podría afirmar que el mundo podría contener 10 31de esas cosas (es decir, 1 seguido de 31 ceros), superando con creces a todas las demás formas de vida del planeta.
Teniendo en cuenta estos números, es fácil deducir que los virus se han ido adaptando a lo largo del tiempo para atacar o, digámoslo más asépticamente, parasitar, todos los organismos que existen. Una de las razones por las que forman parte del proceso evolutivo de la vida en el planeta, es porque son el motivo de muchas matanzas implacables, y a la vez son capaces de mutar a medida que realizan esa labor. Este fenómeno es particularmente evidente en los océanos, en donde la quinta parte del plancton unicelular muere a diario por la interacción con algún virus. Desde un punto de vista ecológico, estas realidades promueven la diversidad de los seres vivos, dejando espacio para otros menos extendidos. De hecho, cuanto más común y ordinario es un organismo, es más probable que desarrolle una plaga local de virus especializados para atacarlo y, así, mantenerlo bajo control.

Esta propensión a causar plagas que tienen los virus, constituye un estímulo evolutivo muy poderoso para que sus presas desarrollen defensas en su más variado espectro. Por ejemplo, una explicación razonable del por qué una célula puede llegar a autodestruirse deliberadamente, la encontramos en el principio de conservación del organismo anfitrión, ya que ese sacrificio es capaz de reducir la carga viral en células cercanas y contener la infección; de esa manera, sus genes, copiados en células vecinas, tienen más probabilidades de sobrevivir. Este método de densa del organismo anfitrión, ese suicidio altruista de las células infectadas, es en sí un requisito previo para que las células sanas se unan y formen organismos complejos, como plantas, hongos, animales, seres humanos, etc.
¿Se está produciendo una modificación del genoma humano a través de la carga genética viral inoculada en el cuerpo de los pacientes?
Otro motivo por el cual se considera a los virus como motores de la evolución de la vida, es que son mecanismos de transporte de información genética. Téngase en cuenta que algunos genomas virales acaban por ser integrados en las células de sus huéspedes que pueden, incluso, ser transmitidos a los descendientes de esos organismos. Tanto es así que entre el 8% y el 25% del genoma humano parece tener este origen viral, lo cual es bastante. La pregunta que a muchos les surgirá en relación con las vacunas (sobre todo de la gripe, distribuidas masivamente a lo largo del planeta por los diferentes laboratorios farmacéuticos) es: ¿se está produciendo una modificación del genoma humano a través de la carga genética viral inoculada en el cuerpo de los pacientes? Teniendo en cuenta lo anterior, sería perfectamente posible. La siguiente pregunta sería: La respuesta puede llegar a asustar al lector si el fenómeno se estuviera llevando a cabo pues, científicamente, es posible.
Nos encontramos al borde de una vacunación masiva de la humanidad, algo que nunca antes se ha producido en la historia.
Nos encontramos al borde de una vacunación masiva de la humanidad, algo que nunca antes se ha producido en la historia. Nunca una vacuna ha llegado a ser obligatoria, como ahora se pretende (algo sospecho y hasta maquiavélico). En la era en donde se defiende el “milagro” de la vacunación, en donde la cultura de la defensa preventiva ha defendido la consagración de las vacunas con la inoculación en el cuerpo de cargas virales, hace sospechar que el único fin de estas vacunas sea el de defender de un ataque patógeno antes de su lanzamiento (léase bien: lanzamiento…). Las nuevas investigaciones impulsadas por la pandemia del covid-19 se supone que mejorarán el poder de examinar el reino viral, llevando la defensa contra los virus a un nuevo nivel (a la par de una nueva normalidad, valga la redundancia que ofrece la riqueza del léxico castellano…).
La última versión de la biotecnología en este aspecto, es la edición de genes letra por letra, que se conoce como CRISPR.
Tanto es así, que otra vía de progreso parece que radica en las herramientas para manipular organismos que surgirán de la compresión de los virus y las defensas creadas contra ellos. La ingeniería genética utiliza en estos casos enzimas de restricción, que son como tijeras moleculares con las que las bacterias son capaces de cortar genes virales, y que los microbiólogos las emplean para mover o trasladar genes. La última versión de la biotecnología en este aspecto, es la edición de genes letra por letra, que se conoce como CRISPR (ideada por científicos chinos), que es como una tijera molecular que hace uso de un mecanismos antiviral más preciso. Otra pregunta que surgiría sería la siguiente: ¿puede utilizarse esta tecnología para modificar el genoma humano a través de una carga viral inoculada previamente, insertando nuevas cadenas de genoma o quitando otras? Parece que sí, como se puede comprobar del contenido de este artículo. Si es así, como parece: ¿Con qué propósito? De momento, esta tecnología ya está siendo utilizada por China desde hace años y, seguramente, ha sido muy depurada y perfeccionada en la actualidad.
Es posible infectar las células humanas con un virus con el propósito de reprogramarlas.
Una prueba de que el genoma del ser humano puede ser modificado a través de un virus puede encontrarse en el plancton oceánico. En el año 2017 se publicó un artículo con el siguiente título: reprograma el plancton oceánico, según una investigación”. Esa investigación, científicos de la Universidad de Exeter, en el Reino Unido, han examinado el ADN del virus OTV6, que infecta el fitoplancton (microbios similares a plantas que flotan en la parte superior del océano), con el propósito de reprogramar sus células y cambiar la forma en que absorben los nutrientes, lo que podría modificar la manera en la que el carbono se almacena en el océano. Pues bien, teniendo en cuenta este antecedente, también es posible infectar las células humanas con un virus con el propósito de reprogramarlas… La pregunta que muchos nos hacemos es: Es riesgo es real, y las consecuencias impredecibles.

No obstante todo lo anterior, es preciso tener presente que una vida sin virus es imposible, es una realidad inalcanzable desde un punto de vista biológico y natural. En cualquier caso, la maravilla de la diversidad de la vida se basa en virus que, si bien son fuente de muerte, también son fuente de riqueza y de cambio (inclusive a nivel material y económico, como ocurre con la gran industria farmacéutica). No deja de ser una utopía la perspectiva de un mundo en el que los virus se conviertan en una fuente de nuevos conocimientos para los humanos. Sin embargo, siempre se albergará el temor de las consecuencias de una mala utilización de este conocimiento. Jugar a ser Dios tuvo nefastas consecuencias desde el inicio de la humanidad, cuando se cometió el pecado original: “Seréis como dioses…”. Las consecuencias de aquella decisión son harto conocidas. Si es verdad que la historia se repite, parece que podemos estar ante una disyuntiva aún mayor: la desaparición o no de la raza humana tal y como la conocemos a través de la modificación del genoma humano.